Lo ordinario

Por: Juan Martín Naranjo

Como la gran mayoría de las personas de mi generación, estoy presente en casi todas las redes sociales. Tengo cuenta en Facebook, Instagram, Twitter, YouTube, TikTok, LinkedIn, etc. Como ya he mencionado en anteriores artículos, hago lo posible por limitar el tiempo que empleo en revisar compulsivamente cada plataforma en busca de distracciones, aprobación y cierta gratificación instantánea (pero casi siempre insustancial). Sin embargo, no soy de aquellos que aconsejan erradicar el uso de redes sociales y desconectarse por completo, pues reconozco la importancia de establecer una presencia digital en estos tiempos. Además, como a cualquier otro mortal, me gustan los memes.

Creo que el gran problema (particularmente de plataformas como Instagram y TikTok, repletas de influencers y celebridades que presumen sus vidas, rutinas y cuerpos perfectos) reside en los mensajes subliminales que recibimos a diario al entrar a estas aplicaciones: «no eres suficiente», «¿qué esperas para sobresalir, para tener más seguidores?», «hay tanto que no tienes, tanto que no eres»… Quizás es así como, además de imponernos estándares ridículamente altos e innecesarios, nos empezamos a olvidar de cómo apreciar lo ordinario, lo ‘normal’ (lo aburrido, si se quiere – lo real). De forma descabellada, tenemos cada vez más ganas de sobresalir, de ser especiales, quizás para poder presumirlo en redes sociales y acercarnos un poquito más a todo aquello que en realidad no necesitamos.

Buscamos vidas extraordinarias, ‘hacernos virales’, llamar la atención, ser especiales. Pero, lejos de acercarnos a nuestras verdaderas metas de vida, caer en esta trampa tóxica suele distorsionar nuestra definición de éxito y autorrealización. A veces nos olvidamos de lo que en realidad anhelamos al dejarnos llevar por todas las luces resplandecientes y fuegos pirotécnicos que, aparentemente, rodean a todo el mundo menos a nosotros. Sin dejar de utilizar el poder de las redes sociales a nuestro favor, quizás nos hace falta una dosis diaria de lo ordinario, de aquellas cosas que, pese a ser cotidianas y mundanas, están a nuestro alcance y nos corresponden hacer para así, poco a poco, ‘ser alguien en la vida’ y sentirnos verdaderamente realizados. Además, como dice Jordan Peterson: lo más sano siempre será compararse con quien éramos ayer. Con nadie más.

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