El campus de artes liberales: La ínsula utópica (I)

Por: María de Lourdes Santos

… y todo comenzó en los claustros.

 

Si al hablar de artes liberales debemos recordar que su origen nos remite a la Antigüedad grecolatina, no debemos descuidar que la Edad Media es la época en que se renueva y consolida la idea de la educación de los libres. En la Edad Media surgen las grandes universidades europeas y, consecuentemente, se ve la necesidad de idear el espacio físico para que puedan desenvolverse. Era una época de amplio dominio de la iglesia católica, de silencio, meditación, apartamiento, pero también de oscurantismo en medio de la escasa luz. Escolasticismo y apelación a la lógica y a la tradición aristotélica, refugio en la Antigüedad clásica, tenazas de la fe pero también pensadores que se abrían paso en la enmarañada selva del conocimiento.

Si leíste El nombre de la rosa, de Umberto Eco, o si viste el filme inspirado en ella y traspuesto al cine con escrúpulo y prolijidad por Jean-Jacques Annaud hace una veintena de años, puedes hacerte una idea del panorama de un monasterio en la Edad Media aunque no hayas leído —aún— al historiador Jacques LeGoff, uno de los mayores expertos en la época. Los claustros monásticos fueron el refugio del saber de un Roger Bacon, de Pedro Abelardo o Salisbury (maestros, éstos, en artes liberales), fueron verdaderos refugios en un ambiente social hostil. Al leer un libro como La noche, de Al Alvarez, y examinar el recorrido que este autor inglés hace acerca de la idea de la luz natural y la luz artificial de esos días hasta el presente, uno puede darse cuenta de lo oscura, literal y metafóricamente, que fue la Edad Media. En ese ambiente los monjes eran los depositarios del saber y es entendible que la metáfora de la luz se acentuase dada su escasez en lo que a la sabiduría se refiere y al simple transitar por la calle, como nos da a conocer Al Alvarez. Tomás Moro no pensaba aún en su Utopía pero la idea estaba presente desde el Parnaso o el Olimpo. La utopía como posibilidad era lo que hoy denominaríamos un horizonte de sentido, el terreno de la posibilidad. Si ello se acepta, podemos pensar también que para imaginar la utopía —lo que el pueblo, la realidad, los astros o las artes podrían llegar a ser— era necesario contar con un espacio y el único disponible estaba al servicio de los monjes y sus lecturas de los antiguos manuscritos griegos y latinos. Volvamos a la afamada El nombre de la rosa y podemos hacernos una idea de los secretos que escondían las bibliotecas de los claustros en sus entrañas. Era necesario una isla que albergase la utopía de los seres humanos para imaginarla, pensarla, soñarla. Era necesaria la utopía en su ínsula. Ese fue el origen del espacio físico de la universidad en la Edad Media.

Muros inexpugnables, bóvedas, salas de monasterio albergaron a la utopía. Era el único espacio en el que podía habitar dada la condición del mundo. El tráfico del saber iba de las disciplinas del trívium a los saberes del quadrivium, sin dejar de lado la alquimia, la botánica o la teología. Y las lecciones del monje eran más próximas entre unos y otros a lo que quizá nunca lo han sido dada la naturaleza de confidencialidad, formación y forja del carácter, la proximidad a la deidad y aun el secreto, pieza consustancial al intercambio de un saber derivado de Dios y concentrado en su Idea. Eran islotes de cultura en los que pervivieron y crecieron las artes liberales. El monasterio era su piedra angular, el ejemplo de recinto en que ofrecer el saber en un microcosmos autónomo y en ocasiones inviolable. Era la estructura de la ciudad ideal (un trasunto de la ciudad de Dios en la tierra) en medio de lo inclemente que podía ser en esa época la vida ordinaria en el campo o en las ciudades amuralladas. Por primera vez en la historia la arquitectura se ponía al servicio del saber. Esa fue la Abadía de Sant Gall pensada por Einhard el 830 que se convirtió en el paradigma del conocimiento en su insularidad. La Abadía fue la fuente de inspiración de la naciente universidad de artes liberales y el enlace en formas y espacios de la cultura antigua y el medioevo.

El siglo XIII es el siglo de las universidades porque es el siglo de las corporaciones. En cada ciudad donde existe un oficio que agrupa a un número importante de miembros, éstos se organizan para defender sus intereses e instaurar un monopolio en su beneficio. Esta es la fase institucional del desarrollo urbano que materializa en comunas las libertades políticas conquistadas y en corporaciones las posiciones adquiridas ene el dominio económico. La palabra libertad es aquí equívoca: ¿independencia o privilegio? Se encontrará esta ambigüedad en la corporación universitaria.
Los intelectuales en la Edad Media,
Jacques Le Goff

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