Una exposición, una confesión

Por: Melissa Clavijo
Estudiante de periodismo USFQ

Dentro de un salón gris, retumbaban los ecos de la voz de una joven que probaba el micrófono para dar inicio a un evento. El ajetreo reinaba en el aire, pero no opacaba a las fotos pegadas en la pared. En la entrada estaba un cartel que acomodaba estéticamente tres palabras: “Hasta que cambies”

Los primeros en llegar a la exposición centraban su mirada en la segunda foto a la derecha. Y, ¿cómo no? El morbo típico de nosotros los humanos los atraía a ver la imagen donde una mujer lloraba desgarradoramente porque un hombre la manoseaba a la fuerza. El llanto plasmado en esa imagen contaba la historia de una mujer maltratada dentro de una clínica que prometía curarle su enfermedad: la homosexualidad.

Foto cortesía: paolaparedes.com

Paola Paredes, autora y personaje principal de estas fotos, estaba lista para dar su discurso de agradecimiento. Llevaba un vestido verde y botas negras por debajo de sus rodillas. Cuando la joven del micrófono le indicó que ya iba a empezar la ceremonia, la mirada de Paola no dejaba de buscar a alguien entre el público. Sus ojos al fin los hallaron: “Diles que ya entren”, le dijo a una mujer a su lado que después supe era su hermana.

Luego de dos minutos entró nuevamente acompañada por una pareja de personas mayores, el primero, era un hombre con un bigote prominente, la otra, una mujer que llevaba en el cuello una bufanda de colores. Ambos se quedaron junto al público, pero no eran dos personas más, eran sus padres. Una mezcla de emoción y nostalgia sostenían la sonrisa de Paola.

“No hubiera podido hacer esto sin mis padres”, dijo Paola. Si bien en un inicio pudo sonar a un repetido discurso, luego se entendería que en esa frase cliché se comprimía una historia digna de contar. Nadie se imaginó hasta ese momento que de ese deseo de aprobación nacería una de las principales obras fotográficas de esta joven artista, la misma que contaría su verdadera historia.

Fue en el comedor de su casa, con su vieja cámara Canon, donde fotografió a su familia en el momento en que les confesaba que era lesbiana.

Foto cortesía: paolaparedes.com

Vivía en Londres y necesitaba un tema para mi primer proyecto. Sabía que me gustaba contar mis propias historias y lo más mío que tenía en ese momento era que mis padres no sabían que yo soy homosexual. ¿Qué tal si fotografío mi confesión?, pensé. En ese momento la idea me pareció un tanto descabellada, terrible, loca, sin embargo, a uno de mis amigos le pareció buena idea y me apoyó. Yo continué con el proyecto, lo tenía decidido, pensé luego que esa podría ser la mejor forma de contar uno de los secretos mejor guardados que tenía desde los cinco años. 

La gente siempre se sorprende cuando lo cuento porque fue a muy corta edad, sin embargo, sé que cada persona se descubre a su tiempo. Desde chiquita siempre las mujeres me llamaron la atención, claro, inicialmente no era de una manera sexual. Pensaba que eran hermosas. Ya en la adolescencia esa admiración se transformó en deseo. 

Hasta sexto curso pasé atormentada, pero no podía evitarlo, luchaba con toda mi fuerza contra mis demonios, pero era en vano.  Llegué incluso a pensar que era una enferma. Nunca llegué hasta el suicidio, pero sí lo pensé varias veces. Todos esos años pasé sola, sin el abrigo familiar porque tenía miedo que al confesarles mis preferencias sexuales los perdiera.

Foto cortesía: paolaparedes.com

En marzo del 2014 llamé a mis padres y les dije que regresaba a Ecuador para hacer un proyecto fotográfico. Les conté que la idea era fotografiarlos durante tres semanas, desde que se levantaban hasta que se iban a dormir. Lo que no sabían era que al final lo iba a confesar todo. Trabajé así para que pudieran sensibilizarse frente a las cámaras, para que se acostumbraran a la constante presencia de un lente, así el momento de contarles mi secreto no se sentirían invadidos.

¡Funcionó! Les acosé tanto con la cámara que el momento mismo ya estaban tan acostumbrados que no les incomodó. Días antes de la conversación, yo me senté y les pregunté cómo se sentían y si están listos para el día domingo.

– ¡Sí hija! ¿Pero que va a pasar el día domingo? – me preguntaban intrigados, con ese hilo de preocupación que todo padre tiene cuando sabe que su hijo le esconde algo.  

Foto cortesía: paolaparedes.com

Sentadas en una cafetería, Paola recuerda que ese domingo el cielo estuvo gris. El flashback a ese día la llevó sobre el mantel amarillo de la mesa, a la ventana vestida de cortinas transparentes que dejaban pasar la luz para un mejor registro de las cámaras. La cómoda sostenía un radio antiguo que sólo servía de decoración. Sobre él, unos portarretratos atrapaban en polvo y los recuerdos. Una foto de ella con gorra roja y ocho años, otra de su graduación y la de su hermana decoraban aquel rincón.

La tensión y el nerviosismo los invadían a todos. Cada miembro de la familia estaba ahí. Fue en ese momento en que Paola, entre lágrimas, por fin los soltó todo: Papá, mamá, soy gay.

Se dice que cuando les cuentas a tus padres que eres homosexual no debes estar triste, no debes demostrarles que ser gay te trae tristeza sino hacerlo más bien con seguridad. Yo me prepare para eso, incluso había hecho un guion con mi mejor amiga.  Hablé de cuando era niña y me descubrí, de lo difícil que había sido mi vida por no decirles nada. Ahí empezó sin que yo quisiera el llanto, pero no por tristeza, sino de alivio por poder soltar un secreto que lo había guardado casi treinta años.  Regresé a ver y mi hermana también estaba llorando. Acordarme ahora es aún abrumador. Mis padres me consolaron.

Mi papá es una persona que habla mucho. Comenzó con un discurso de aceptación, de que yo era su hija y que no le importaba, sin embargo, siento que él tiene mucha dificultad de aceptarlo, pero más por el qué dirán. De cierta manera él lo lleva con un poco de vergüenza. Me cuesta admitirlo, pero tampoco lo juzgo.

Después de la conversación en la cafetería, Paola volvió al salón de su exposición. Saludó a todos mientras la felicitaban. Casi al finalizar salió para acompañar a sus padres quienes estaban afuera y conversar con ellos. Fue un día de mucha alegría para Paola, era su primera exposición en el país. Esto fue un 21 de noviembre, día en el que se celebraron los 20 años de despenalización de la homosexualidad en Ecuador.

Foto cortesía: paolaparedes.com

En el 2010, el Ministerio de Salud Pública del Ecuador aclaró en un comunicado que todo centro de rehabilitación que atente contra los derechos humanos y la identidad sexual de sus pacientes sería clausurado. En el 2011 ya habían cerrado 30 centros que practicaban estos tratamientos. Sin embargo, hoy se conoce que funcionan 314 centros de rehabilitación en 21 provincias. Según Paola, en la investigación que realizó junto a otras organizaciones sociales, existen 200 que funcionan por fuera de la ley atentando contra los derechos humanos de mujeres, hombres y miembros de la comunidad LGTBI.

Cierto día Paola recibió una llamada que la indignaría y al mismo tiempo la inspiraría, una persona a quien ella conocía fue víctima de este tipo de torturas, ella era lesbiana y fue ingresada a la fuerza a unos de estos centros clandestinos. Ya en Londres Paola decide realizar este proyecto inspirada en esta historia. Comienza a tomar contacto con varias víctimas y entrevista a algunas de ellas. Luego regresaría a Ecuador e inmediatamente decidió visitar uno de estos centros.

En ese tiempo ni siquiera había pensado en mi primer proyecto. Estaba recién dando mis primeros pasos en la fotografía. Al escuchar ese primer testimonio en aquel centro lo primero que sentí fue tristeza al saber qué era lo que les hacían a personas iguales a mí y luego sentí un profundo miedo, temí por mi seguridad. El imaginarme pasar por ello me congeló. Después de la publicación de UNVEILED, entendí el poder que tiene la fotografía, la fuerza de una voz.

Foto cortesía: paolaparedes.com

Durante el tiempo de investigación, les dije a mis padres que tenía que ir a Chone a reunir información de las clínicas. Yo ya les había contado lo que ocurría en estos centros y compartían conmigo la indignación. Les propuse que me acompañaran.

 -Vamos, pero entramos todos- dijo mi papá.

 Fue como una aventura peligrosa en familia. El lugar era de mala muerte. Entramos con una grabadora de voz escondida y nombres falsos. Ahí pude ver con mis ojos como era la clínica y su dueña. Las descripciones que me dio mi amiga eran exactas. El verlo con mis propios ojos fue algo surreal. El pretexto para entrar fue que teníamos una prima alcohólica y que estábamos buscando una clínica. En esta ocasión no mencioné nada acerca del otro problemita.

Paola me explicó que estas clínicas trabajan como centros de rehabilitación para drogas y alcohol. Los precios estimados por sus tratamientos oscilan entre los 200 y los 2000 dólares. Se trata a la homosexualidad como una adicción o una desviación de personalidad y siguen los mismos doce pasos que los grupos de alcohólicos anónimos. Tienen grupos de apoyo, reuniones con psicólogos y un estricto horario. Lavar, planchar, aprender a maquillarte, recibir clases de pasarela para supuestamente aprender a caminar como mujer, y por último, ser abusada sexualmente.

Foto cortesía: paolaparedes.com

Ella sabía que retratar estas escenas no iba a ser fácil. Por eso contrató a un director de teatro para que le ayude a preparar a sus actores y a ella misma. Durante tres meses tuvieron talleres. El ponerse en el lugar del otro dio frutos.

Luego de la publicación de las fotos, las visitas online no pararon de llegar. Se publicaron artículos en medios internacionales. Dos medios franceses se interesaron en la historia y contactaron a Paola para hacer un documental. Ella les acompañó a varios centros.

En una de las clínicas pregunté finalmente cuál era el tratamiento específico porque tenía una prima gay.

-No se preocupe, eso también le arreglamos aquí.

Foto cortesía: paolaparedes.com

Las personas que me atendieron parecían mafiosas, caras de esas que te hacen cruzarte de vereda. El lugar era como el de una película de terror, paredes con la pintura rasgada y manchas por doquier. Los pacientes limpiaban los pisos con sus miradas extraviadas en algún recuerdo perdido. Supe que tenía que tragar mis emociones para realizar un trabajo que merezca el respeto de sus historias. Yo me perdí en sus ojos y con mi cámara retraté esta muestra: Hasta que cambies.

Para ver la obra de la fotógrafa dar click AQUÍ

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