Leyenda e Historia viva, en el Convento del Tejar

A pesar de que no goza de la misma popularidad que sus semejantes de la calle García Moreno, en la Iglesia y Convento del Tejar convergen historia, leyenda, misticismo, y belleza

En esta ocasión, la organización Leyendas Nocturnas de Quito, un proyecto local (en cuanto al barrio de El Tejar) y concebido luego de un trabajo de tesis, nos lleva a recorrer el Convento y a conocer a sus personajes.

En la plaza de El Tejar, sitio primero de visita antes de ingresar al Convento, se aprecia una estatua, de al menos tres metros de altura, del padre Bolaños. A primera vista, llaman la atención su altura en comparación de los personajes que le acompañan, y su aspecto encorvado. La sombra, y la luz que ilumina la noche, hace parecer que en el rostro de la escultura se dibuja una aciaga mueca. Inmediatamente, el interés se centra en una banda de pueblo, que en las gradas del Convento entona temas como “La Banda de Peñaherrera” o “Pobre Corazón”.

Foto: Juan Pablo Racines

Luego de un momento, el cielo se enciende con las explosiones de los “castillos” pirotécnicos apostados junto a la banda. “Una fiesta por una virgen dolorosa”, comenta alguien en el público. La celebración es motivo por el cual, por esta noche, hemos de ingresar al Convento por el Cementerio de El Tejar, situado atrás de la iglesia. Este es, junto con el panteón de San Diego, el primer cementerio de la ciudad de Quito.

Foto: Juan Pablo Racines

La iglesia y Convento de El Tejar se encuentra en el barrio homónimo, entre las lomas de San Juan y El Placer. Su nombre se debe a un horno de tejas que en tiempos de la colonia cocía el barro con el cual, poco a poco, se levantaba la incipiente ciudad. Junto al icónico horno, se sabe que a mediados del siglo XVIII existía una ermita perteneciente a la orden Mercedaria, dueña también de los solares adyacentes. Según cuenta la historia, fue el célebre padre Francisco de Jesús Bolaños quien, partiendo de la venta de un libro a cambio de doce reales, recaudó y construyó el Convento e iglesia que se observan hoy.

Foto: Juan Pablo Racines

El recorrido guiado empieza con una visita a la librería del Convento, donde se mantienen obras del siglo XVI, XVII, XVIII, y posteriores. Esto se percibe a la entrada, donde un añejo olor penetra por los orificios nasales, y encaja en la mente como un recuerdo. ¿El olor del conocimiento? Mucha de esta literatura conserva su cubierta original, blanca, elaborada con piel de borrego.

Foto: Juan Pablo Racines

A continuación, nos dirigimos hacia una de las naves del patio interior. Aquí, un guía bien preparado nos informa sobre la arquitectura del edificio, y nos anima a pasar a un corredor en el extremo del pasillo. Prendemos velas, una por pareja, y continuamos por el oscuro corredor. En un momento u otro, una gota de cera caliente acaricia la mano. “¡Arrarray!”. Con este misterio llegamos a la iglesia, donde tomamos asiento listos para conocer a tres misteriosos personajes. Dos de ellos, encapados, conversan angustiados, “No llegará”, dicen. “No se atreverá a entrar en el panteón”.

Foto: Juan Pablo Racines

Desde atrás nuestro, penetra en la escena un tercer personaje, vestido también con una capa. “Lo voy a hacer”, comenta. Junto con él, salimos del templo hacia las catacumbas, debajo de una sala contigua. Ya en el panteón, realiza su labor: poner un clavo en la tumba de su difunta novia. Una vez terminada la labor, con gran pena y desesperación, intenta salir del cuarto, pero su capa queda atrapada en el sepulcro, y él cae súbitamente al piso. “La Capa del Estudiante”, leyenda del sector, cuenta que el joven murió víctima de un susto, al creer que su finada pareja había regresado a llevárselo; sus amigos, en horas de la madrugada, habrían encontrado la capa incrustada en la fosa con el clavo que dado al estudiante.

Foto: Juan Pablo Racines

El recorrido continúa por el Museo Mercedario de Arte Religioso, cerrado durante aproximadamente 20 años, y reabierto recientemente. Una de las obras más representativas del museo es el Cristo de la Agonía, atribuida a Miguel de Santiago. Cuenta el cuento que, para conseguir realismo en el rostro del Cristo moribundo, el pintor habría torturado y matado a quien le servía de modelo. El museo expone también un relicario, artefacto litúrgico que contiene huesos (reliquias) de notables personajes católicos, atuendos de la comunidad religiosa previos a la disposición del hábito (completamente blanco, para los Mercedarios), y diversas pinturas y esculturas.

Foto: Juan Pablo Racines

Finalmente, emprendemos la última parte del recorrido. Aquí, presenciamos una recreación de la leyenda de la Viuda del Tejar. Luego, subimos hacia la terraza y torres de la iglesia, sitio histórico donde se alzó por primera vez la bandera tricolor, luego de la victoria obtenida por el Mariscal Antonio José de Sucre en la batalla de Pichincha.

Foto: Juan Pablo Racines

Ciertamente, desde la iglesia de El Tejar, se abraza el Quito antiguo; el panorámico paisaje urbano deslumbra la vista, mientras un aire místico e histórico cobija la fría noche.

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