Detrás de las llamas

– ¿Tú cómo nos ves a nosotros?

– Creo que como lo hacen todos. Como héroes.

– A nosotros no nos gusta mucho que nos digan eso. Somos bomberos, no héroes.

El teniente Falcón es apasionado por la fotografía. Desde el escritorio de la estación muestra las imágenes que tomó con su cámara (publicadas en Facebook en una página llamada Mbl Falcón). Fotografías de fiestas populares, de la brigada de fuerzas especiales, retratos y, por supuesto, fotografías de bomberos.

 

Nos dicen casacas rojas pero nunca usamos casacas rojas. Son amarillas y negras.

– ¿Son muy calientes?

– ¿Quieres probarte una?

 

Existen distintos uniformes y se usan dependiendo de la emergencia. El más pesado es el que se utiliza en caso de incendios. Los bomberos, al escuchar la alarma, deben ponérselo en un minuto y medio. Con la ayuda de Falcón y otro compañero (que hacen todo el trabajo), me demoro aproximadamente diez. Botas, pantalón, chaqueta, máscara, casco, tanque aire comprimido. Siento que tengo ladrillos sobre mis hombros. Los bomberos me dicen que intente subir y bajar las gradas de la estación. Cada escalón es un martirio, utilizo el pasamanos para lograr subirlas. Siento que me demoro horas y en ese traje hace un calor infernal. Los bomberos se divierten.

Si antes pensabas que éramos héroes, ahora nos debes creer Superman – me dice uno.

– Y eso que no estás cargando una manguera o una persona – agrega el otro.

– Y eso que el traje está seco.

– A veces sentimos cómo se nos queman los pies a través de estas botas.

 

***

Quito arde. Nos quejamos en redes sociales, publicamos fotos de los incendios que vemos desde nuestras casas, maldecimos a los posibles actores. Pero ellos son los que actúan.

Para los bomberos, la estación es su segunda casa. Trabajan 24 horas y después descansan 48 en sus hogares. Aquí duermen, cocinan, entrenan y esperan que la sirena se encienda para acudir a la siguiente emergencia.

“Miedo, adrenalina y euforia. Una mezcla de todo eso sientes mientras vas al lugar afectado.” A José Luis Quezada le tocó el turno de guardia fuera de la estación. Tiene 35 años, está casado y tiene niños pequeños. Ellos todavía no entienden el trabajo que hace su papá, pero su esposa sí. Cada vez que él se despide para ir al trabajo, ella tiene miedo, sobretodo desde su último incidente, ocurrido años atrás en Puembo. A las 3 de la mañana, durante un incendio, el teniente Quezada se resbaló en una quebrada de 15 metros. Tuvo quemaduras en el brazo y en la pierna. José Luis recuerda a esta como su peor experiencia.

– Si cuando tus hijos sean grandes deciden seguir la profesión de su papá, ¿te gustaría?

– Cada quien hace lo que le gusta. Yo aceptaría su decisión, pero en lo personal no quisiera. Siempre estaría con el miedo de que les pase algo.

El teniente Ganchala es soltero y no tiene hijos, dice que siempre ha tenido la pasión por ayudar a los demás. Cuenta que la gente le pregunta cuántas vidas ha salvado, pero lamentablemente recuerda más los muertos que los vivos. “Una vez un vehículo se cayó en la quebrada. Esta familia iba a un velorio. Cuando entramos a la quebrada, le extraje a la señora porque el vehículo estaba bocabajo. Ella me decía que no le deje morir porque se iba al velorio de su esposo. Estaba muy crítica, esas fueron prácticamente sus últimas palabras, yo le tenía en mis brazos”.

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– ¿Sabes cómo murió uno de los bomberos del incendio en Puembo? – me pregunta Falcón

– No, ¿cómo?

Estaban en el incendio y él le vio a otro teniente que se quemaba. No le importó, entró a salvarlo. Lo sacó y ese bombero se salvó. Él en cambio se murió por salvarle la vida. A nosotros los bomberos nos entrenan para perder la vida por alguien más. 

 

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