La fragmentación del pensamiento

Por: Emiliano Gil, PhD

Si la Primera Guerra Mundial había generado en los intelectuales una cultura del pesimismo la Segunda añadió, a todas las secuelas de la guerra, un balance de muertos sin precedentes en la historia. No solo eso, sino también el descubrimiento del horror de la política de exterminio nazi, y los efectos de la bomba atómica sobre el ser humano. También produjo desplazamientos de población no conocidos hasta entonces en cuanto a su volumen. Muchos intelectuales abandonaron Europa y se instalaron en el continente americano. En especial en Estados Unidos, donde continuaron su obra y ejercieron su magisterio.

El espíritu «romántico» teñido de belicismo que había animado a los intelectuales en los inicios de la Gran Guerra, no se había producido en 1939. Las circunstancias históricas eran muy diferentes. La mayor parte de los intelectuales apoyaron la causa de los aliados, pero hubo algunos que se decantaron en favor de Alemania e Italia como Ezra Pound, Louis F. Céline o el Premio Nobel Knut Hamsum. El hondo malestar que produjeron las secuelas de la guerra y las decepciones de la postguerra, con un mundo dividido en dos bloques y que dirimía sus querellas con enfrentamientos bélicos en distintas zonas del mundo, se reflejó en el ámbito del pensamiento y de la creación literaria.

El final de la guerra condujo a un claro retroceso de las ideologías y del activismo político que habían configurado los años treinta. La fascinación de los intelectuales por la Unión Soviética en esos años, se había diluido ante la política estalinista. El desencanto definitivo vino para algunos en 1948 con los sucesos ocurridos en Checoslovaquia y para otros en 1956 cuando, tras la muerte de Stalin y el descubrimiento de algunas de las atrocidades que cometió su régimen, los tanques soviéticos ocuparon Budapest. El marxismo-leninismo se fragmentó en una serie de movimientos que poco o nada tenían que ver con el marxismo «ortodoxo», y a los que se adhirieron los jóvenes universitarios rebeldes de los sesenta (la Nueva Izquierda).

El nacimiento, desarrollo y reflujo de una ʺnueva izquierdaʺ apareció como manifestación episódica de un ambiente generalizado de cambio ideológico, social y cultural tras las tensiones de la Guerra Fría. Como elemento constitutivo de una subcultura universitaria marcada por el optimismo y la utopía, pero también por el inconformismo y el maximalismo, la ʺnueva izquierdaʺ elaboró una crítica global al ʺstatus quoʺ político y social occidental ‐incluyendo en él al marxismo ortodoxo‐ donde se mezclaban de forma confusa aportaciones ideológicas. Tales como las de Mao, Trotski, Gramsci, Lukacs, Luxenburg, Sartre, McLuhan, la Escuela de Frankfurt o el pensamiento libertario clásico. La destrucción de la sociedad capitalista por métodos de lucha armada fue uno de los grandes mitos movilizadores de esta ʺnueva izquierdaʺ, subyugada por los éxitos de la guerrilla revolucionaria y antiimperialista en China, Vietnam, Argelia o Cuba, y persuadida, tal y como Frantz Fanon había descrito en Los condenados de la tierra (1961), de que la violencia política ejercía una función moralmente emancipadora.

La atmósfera que alimentaba la cultura occidental en la década de los cincuenta tuvo una doble expresión en la filosofía existencialista y en el teatro del absurdo. El existencialismo había aparecido en el período de entreguerras bajo la influencia del vitalismo de Nietzsche y de la fenomenología. Tiene su base en la consideración de la persona humana en su singularidad como existencia que vive. La existencia precede a la esencia y, su fundamento es la libertad o capacidad de decisión. Como iniciadores del movimiento existencialista cabe considerar a Martin Heidegger, en cuya obra es básica la relación entre ser y tiempo, y a Karl Jaspers que se propuso trazar la dimensión metafísica del ser humano a través de las «situaciones-límite» que le acompañan siempre. Entre los filósofos propiamente existencialistas destaca la figura de Jean Paul Sartre.

Escéptico, nihilista, ateo, su obra contiene profundas reflexiones sobre el hecho de la existencia. Para Sartre, el hombre busca realizarse mediante la libertad en el existir, pero sin poder llegar nunca a esa realización. En este proceso, el ser humano quiere ser Dios y alcanzar la inmortalidad, intento vano que lleva consigo la angustia vital de una existencia absurda abocada a la muerte. Desde un punto de vista político, Sartre desarrolló un fuerte activismo un tanto errático. En los años sesenta se convirtió en uno de los líderes del radicalismo juvenil.

El Existencialismo es el movimiento filosófico que resalta el papel crucial de la existencia, de la libertad y de la elección individual. Gozó de gran influencia en distintos pensadores y escritores de los siglos XIX y XX. Tal vez el tema más destacado en la filosofía existencialista es el de la elección. La primera característica del ser humano, según la mayoría de los existencialistas, es la libertad para elegir. Mantienen que los seres humanos no tienen una naturaleza inmutable, o esencia, como tienen otros animales o plantas; cada ser humano hace elecciones que conforman su propia naturaleza.

Según la formulación del filósofo francés Jean-Paul Sartre, la existencia precede a la esencia. La elección es, por lo tanto, fundamental en la existencia humana y es ineludible; incluso la negativa a elegir implica ya una elección. La libertad de elección conlleva compromiso y responsabilidad. Los existencialistas han expuesto que, como los individuos son libres de escoger su propio camino, tienen que aceptar el riesgo y la responsabilidad de seguir su compromiso dondequiera que éste les lleve.

Otra forma de afrontar lo absurdo de la condición humana se expresó paralelamente al desarrollo del existencialismo en el teatro del absurdo con Beckett, Adamov, Genet o Ionesco entre sus representantes más destacados. En el teatro del absurdo forma y expresión se aúnan al poner en escena lo irracional de la existencia tal cual se nos presenta, de forma directa y utilizando sus propios mecanismos de manifestación.

Hoy en día, entre los grandes problemas a los que se ve abocada la humanidad están el exagerado tecnicismo que invade todos los aspectos de la vida humana y la magnitud que afecta tanto al mundo del pensamiento como a la sociedad. Actualmente el saber está más fragmentado que nunca, la filosofía, la literatura, la historia están «en migajas». La especialización abarca toda actividad creativa e intelectual y supone un valladar para esa interdisciplinariedad tan necesaria en un mundo en el que la idea de la «aldea global» es ya una realidad.

La fisonomía del mundo contemporáneo sería difícilmente comprensible sin apreciar la transcendental importancia del desarrollo de la ciencia y la tecnología, en especial en lo concerniente a la información y a las comunicaciones. La interdependencia y la globalidad del mundo, sintetizadas en la expresión de la “aldea global” de Marshall McLuhan, han sido posibles gracias a dichos avances. Asimismo, los avances en la ciencia han sobrepasado los límites del mundo occidental para mostrar un claro policentrismo en los focos de desarrollo de la ciencia, como bien refleja el papel que ha jugado Japón o Corea tras la II Guerra Mundial. Un desarrollo científico cuyas aplicaciones han alcanzado un altísimo grado de difusión a lo largo del globo, aunque los beneficios del mismo todavía sean objeto de una asimétrica distribución.

La cultura y su amplio elenco de manifestaciones ha sido uno de los ámbitos que mejor ha reflejado y ha dotado de un nuevo lenguaje y una nueva imaginería a la contemporaneidad. La crisis de la posmodernidad manifiesta en el pensamiento filosófico, en las ciencias y en las expresiones artísticas han puesto de relieve las limitaciones sobre las que se habían basado los preceptos de la modernidad euro‐occidental, y la necesidad de replantear sobre nuevas bases el conocimiento del cosmos y la naturaleza humana. En este proceso ha influido no sólo el propio devenir de la sociedad occidental y la crisis de civilización experimentada a lo largo del siglo XX, sino también el encuentro con otras formas de cultura y con otras civilizaciones.

Lectura recomendada:

Osorio García, Sergio Néstor, “El pensamiento complejo y la transdisciplinariedad: fenómenos emergentes de una nueva racionalidad“, Revista Facultad de Ciencias Económicas: Investigación y Reflexión, vol. XX, núm. 1, junio, 2012, pp. 269-291.

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