La literatura y nosotros

  Por: Jorge Bayas
 Periodista graduado en la USFQ 

A finales del siglo XIX y algunas décadas después de que se pusiera en marcha la Revolución Industrial, Nietzsche criticó lo mal visto que estaba el ocio, primero en Norteamérica y luego en Europa. 

Para el filósofo alemán, sin un poco de ocio –ocio, no pereza-, el hombre acababa afectado luego de largas faenas de trabajo. Y, además, ese hombre del que hablaba se contentaba con poco. Recuerdo esto cada vez que veo el reducto marginal que la literatura ha terminado por ocupar en la sociedad contemporánea. Antes, sin embargo, debo hacer una precisión.

No podemos negarlo: la literatura es un entretenimiento. Está hecha apenas de escenas que fingen o representan una realidad, pero no pueden reconstruirla. Vladimir Nabokov una vez dijo, en alguna de las lecciones de los cursos que impartió, que en realidad la literatura no servía para mayor cosa y que las grandes novelas no ofrecían ningún conocimiento práctico sobre la realidad.

Es cierto. De la literatura no se puede aprender a vivir. Son las experiencias vitales las que van abriendo el camino a cada individuo. No por haber descifrado a la perfección las pistas de una novela de Chesterton o Conan Doyle, o de algún escritor detectivesco contemporáneo, estaremos capacitados para investigar crímenes.

¿Dónde reside, entonces, el valor de la literatura? Reside en recordarnos lo que tenemos de humanos. Alegrías y tristezas, dolores y placeres, corrupción y probidad, se funden en el universo literario, que nos recuerda que debemos mirar nuestra propia realidad con ojos críticos y, no obstante, empáticos.

Por eso la buena literatura, desde Homero hasta Kazuo Ishiguro –por ponerme a tono y mencionar a un escritor que en este momento está recibiendo la luz de todos los reflectores-, no se debe quedar tan sólo en alpiste para un puñado de académicos, artistas, intelectuales o gestores culturales. Debe hallar un espacio, aunque sea muy reducido, en el tiempo de cualquier individuo. Y, por supuesto, no por esnobismo. Secretamente, la literatura está demasiado ligada a los abismos de la existencia para que se quede en ello.

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