La música es un lenguaje universal. Esta es la tesis desde la cual algunos psicólogos se aproximan hoy a los niños con autismo. El fin es prácticamente tender, mediante este idioma que se comprende en cada rincón del mundo, un puente entre diferentes formas de expresión
Para empezar, es importante señalar que, desde una nueva perspectiva, las personas con autismo no necesariamente padecen de una enfermedad que deba ser curada. De hecho, no hay una cura.
El autismo es simplemente una diferente perspectiva, otra forma de interactuar con el mundo, como lo comenta el psicólogo David Flor, graduado de la Universidad San Francisco de Quito. Por ende, al tratar a personas con autismo, se busca brindarles una herramienta para que puedan comunicarse con el resto de personas, pues en muchos casos el lenguaje común no resulta atractivo o necesario para ellos.
El tambor simula el sonido del corazón, mientras una pequeña flauta imita los sonidos de las aves que cantan en los árboles. En este punto, la música es una herramienta con enorme potencial. Sus fortalezas radican en la universalidad de su expresión, y en lo atractivo que resulta para los niños.
Siguiendo estos preceptos, se intenta que, mediante la interpretación de cualquier clase de instrumento, incluyendo la voz, se creen vínculos con el lenguaje. Prácticamente, la ejecución musical puede resultar un impulsor en el uso de la expresión verbal.
Un ejemplo es el kazoo. Pareciera a primera vista una especie de pequeña flauta, pero se diferencia en que el sonido se obtiene hablando en vez de soplando. De esta forma, sin dejar de lado la diversión al utilizarlo, se fomenta el uso del lenguaje, mientras el niño explora y ejecuta otras formas de comunicación que forman parte de su forma de ser.
Como David Flor recalca, “la música conjuga variados elementos en las formas más fundamentales de comunicación, y una vez que forma parte de la vida de la persona se presenta todo un abanico de posibilidades de expresión”.
