Entre las líneas de la dramaturgia

Martha Ormaza, la actriz ecuatoriana de teatro, televisión y cine ha estado en este oficio por más de treinta años. Ella, tan alegre, libre y un poco floja en el arte de llevar una agenda, es reconocida por el público como Encarnación de las Marujitas.

Sentada al lado de la chimenea de su casa, Martha fuma su cigarrillo electrónico. Mira hacia la ventana, se acomoda en la silla de madera rústica y resalta en la mitad de ese espacio de paredes anaranjadas y decoraciones barrocas. El saco negro de cuello tortuga le da el toque de dramaturga.

Martha, ¿cuándo supiste por primera vez que querías estar en el teatro?

Tenía 11 años, era pleno verano y un día una bruja encubierta entró al patio de mi colegio (colegio Spellman). Era una bruja  low profile, madre de familia de una compañera y amiga mía y de mis hermanas. Ese día sin previo aviso fue a verle a su hija. De repente ella se me acercó, y me leyó la mano. Bueno me dijo muchas cosas que me han pasado hasta el día de hoy. Me habló de tener una hija, solo una, que iba a tener un matrimonio que no era un matrimonio sino una escuela, que iba a estar en el escenario y que iba a ser una persona muy conocida… y me habló de un corte radical en mi vida a mis 50 años, cosa que también ha sucedido (Martha se queda en silencio unos segundos. Regresa a ver nuevamente hacia la ventana que da a la calle de su casa y sonríe de una forma sutil).

Entonces, ¿estudiaste para ser actriz?

No yo en realidad no le creí a la adivina porque yo quería estudiar derecho. Siempre creí que mi deber y lo que yo quería hacer era ayudar a los más débiles, a los que necesitaran de la justicia.

¿Cómo fue tu experiencia en el derecho?

Trabajé siete años en el tribunal constitucional y en otros consultorios jurídicos privados. Sin embargo, de pronto renuncié al tribunal porque no me gustó seguir en la burocracia y mantener un solo camino. Entonces decidí ejercer mi oficio de forma privada, pero fue dificilísimo. Me topé con toda una estructura que estaba dañada. Yo… (levanta sus manos y realiza movimientos tajantes, como si cortara su frustración en el aire) Yo no entendía que podía ser tan sucio un sistema que estaba hecho para ser justicia. (Junta las yemas de su mano izquierda y se la lleva a la sien) no lograba concebir eso en mi mente, mi cuerpo (baja su mano con la palma abierta hacia su pecho) mi vocación de ayudar a la gente. Fue una decepción muy grande (deja las manos quietas y niega con la cabeza. Su entrecejo denota nostalgia, frustración).

¿Qué hiciste entonces?

Fue muy doloroso para mí. Me fui de viaje a Italia con mis hermanas que estudiaban ahí. Nos fuimos de mochileras unos cinco meses conociendo el mundo, dándonos las vueltas. Fue un viaje que me marcó mucho. Me di cuenta de lo grande que es el mundo, que las equivocaciones no existían y que por algo estudié lo que estudié y busqué otro camino. Me fui por lo creativo con una empresa que hacía objetos en distintos materiales y me dediqué a diseñar y a vender estas cosas.

¿Y el teatro?

Mi amiga que era dueña de la empresa María Rosa Salcedo , quien también era la mamá de mi novio (se ríe). Estaba haciendo la obra “En los ojos vacíos de la gente” y me pidió que le acompañe al teatro. Ese día faltó una actriz y Raúl Guarderas (actor, escritor, dramaturgo y periodista ecuatoriana, fundador del Patio de Comedias) además de ser el director de la obra era papá de mis amigas del colegio dijo: “¿quién está por ahí?” y yo lo saludé y le dije “hola Raulito” (achica su cabeza y la mete entre hombros mientras simula la forma tímida en que saludó a Raúl ese día). Me dijo “vente, vente, ayúdame con esto” y me hizo remplazarle a la actriz. Me dio un vértigo terrible y cuando me di cuenta estaba ensayando tres horas. Le canceló a la actriz que faltó y esa fue mi primera obra.

En el Patio de Comedias, al lado de una máquina para pasar café, está colgada una foto de la primera obra que realizó Martha. En el retrato, a la izquierda, con el pelo recogido en dos trenzas a los lados y puesta un camisón blanco, está la joven Martha personificando a Elisa. Elisa, una chica tierna, inocente que no sabía lo que le pasaba pero estaba embarazada.

 

¿Ese fue el factor determinante?

Claro. El Raúl me convenció. Me lavó el cerebro y me dijo que era mi obligación moral estar sobre las tablas y que había nacido para eso. Me dijo que tenía un talento natural. Me convenció y desde ese día no he parado.

¿Cómo reaccionó tu familia cuando te cambiaste de profesión?

Bueno es difícil crecer como actriz. Tienes una estructura familiar y cultural súper fuerte. Yo estudié derecho y mi familia esperaba de mí una gran abogada y no una loca que se suba a los escenarios a exhibirse. (Brevemente baja la mirada en sentido diagonal a su derecha regresa su mirada al frente) Fue muy fuerte que acepten, las disputas fueron muchas, los desencuentros dolorosos pero yo sabía lo que tenía que hacer. A partir de eso, empezar a conciliar, a no quemar todos los puentes y a buscar el respeto de ellos también y de lo que haga. A partir de que acepte la familia en pequeño, también lo acepta la familia social y el medio.

¿Cómo fue la primera vez que te subiste al escenario?

La primera vez que actué en público fue un momento inolvidable. Estaba mi papá y mi mamá. Al lado de mi papá, el Francisco Tobar García, autor de la obra. Tenía un miedo a la quinta potencia de todo. Era un estreno de vida y de forma de vivir. Para mí eso fue muy importante; aunque solo eran 100 personas yo me sentía en un estadio gigantesco. No veía mucho, pero veía la calva de mi papá y del Francisco Tobar que estaban en primera fila (ríe sutilmente). Cuando terminé se pusieron de pie y el Paco Tobar y mi papá estaban llorando y aplaudían sin parar. El queridísimo Paco Tobar me dijo que yo había hecho una Elisa mucho más linda de la que él había escrito.

Foto Christian Obando

¿Sientes que el teatro te ha llevado a ayudar a las personas como querías hacerlo con el derecho?

Existen compensaciones increíbles. Yo he tenido una vocación de servicio y cuando yo estoy sobre el escenario estoy para servir. Cada vez que estoy ahí entrego todo lo que soy, todo lo que tengo con mucho amor y respeto.

¿Qué opinas ahora de las predicciones de la adivina?

Yo no le creí nada pero cada vez que se ejecuta lo predicho por esta mujer yo me acuerdo. La primera vez que me subí al escenario, cuando nació mi hija Paloma, cada estreno, cada vez que sucede algo de mi actividad para entregarlo a un público, recuerdo esta predicción y digo ¡claro!. Hay gente que tiene una capacidad pre cognitiva y te lo dicen de una manera tan profunda que te marca y luego simplemente los hechos se dan, comparas y vas parangonando. Yo no me preparé psicológicamente para esto. Lo hice de otras maneras con la danza, la gimnasia y la música para después subir al escenario; aunque no estudié para ser actriz y me ha tocado aprender en el camino.

Ahora, ¿qué proyecto estás realizando?

Estoy dirigiendo la obra no apta para ciertas feministas “Mujer de Cascarón”. Para mí ha sido una nueva experiencia porque estoy trabajando con técnicos, actrices y músicos jóvenes, y es una oportunidad de transmitir, transferir y trasladar mi experiencia y compartirla con nuevas ideas. Se ha convertido en una convivencia muy linda e intergeneracional y lo primero que se ha dado es mucho respeto. (Sonríe, ríe, su rostro se refresca con la alegría). Siento que estoy aprendiendo de cero un montón de cosas, siento que es una buena oportunidad para regresar al kindergarten (su sonrisa crece y se expande con el calor que los recuerdos han producido en su cuerpo. Sus ojos brillan) es muy lindo.

Martha inhala un poco de su cigarrillo electrónico y bota el humo suavemente. El ambiente cambió en algo. La luz de la tarde se había opacado y una especie de filtro cyan inundo la sala. Un poco místico, un tanto limpio, parecía que la adivina se infiltró en los corredores de la casa de forma tan sutil y refrescante como el viento de primavera. Sus predicciones se cumplieron: Martha creció entre las líneas de la dramaturgia.

 

 

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