Sensación de libertad

 

Vivir sola es entretenidísimo. En serio. Cuando estoy sola y bailo en la cocina, no me importa confundir expresiones, conjugar mal los verbos o simplemente decir mal una palabra. El acento desaparece al cantar sin más audiencia que el sartén, los platos y los cubiertos enjabonados. Cuando hago la cama y doblo la pijama, nadie me pide que repita lo que dije porque no fui clara. No necesito explicar por qué dejo los zapatos en fila contra la pared y a lado de la puerta, en vez de ponerlos en el clóset. Me baño con música a cualquier hora del día y puedo caminar a medio vestir por el departamento hasta que se seque la crema que me puse sobre el cuerpo.

Adentro ,en la cocina, había una fiesta mientras fuera la temperatura estaba a varios grados bajo cero.

Al entrar a las clases en Boston University en septiembre de 2014, escribí mi primera nota mental que me ha acompañado todos estos meses: Llegó el momento de crecer. Crecer, en ese momento, era sinónimo de independencia. Quería tener control sobre mi vida.

En menos de dos semanas, entendí que no podía controlar la mayoría de las nuevas experiencias en las que me encontraba, pero sí podía escoger la actitud para enfrentarlas. Así que la primera nota mental recibió su primer tachón.

Seis meses después, el mismo día que comenzaba el segundo semestre del intercambio, frente a una olla vacía, una bolsa de arroz recién abierta e instrucciones anotadas en un cuaderno, me encontré frente a una situación que no estaba entre mis planes cuando decidí venir a Boston: cocinar para vivir.

Hacer arroz es fácil. Hacer un rico arroz es difícil. La primera vez, llené dos tazas de agua y dos de arroz. Demasiado; la segunda, dos tazas de agua y una de arroz. Aguado; la tercera, una taza de agua y una de arroz. Seco; para el cuarto intento pegué un post-it rosado sobre una de las puertas de madera. En letras visibles escribí:

Una taza de arroz, una y media tazas de agua.

Desde ese día, sigo mis propias instrucciones aprendidas de los errores diarios. Me entretengo, principalmente, con descubrimientos simples, pero que se vuelven conocimientos básicos para sobrevivir.

Solo de esa manera he aprendido a apreciar lo que por –demasiados– años otros hicieron en mi nombre. El orden se ha convertido en un juego personal que interpreto como algo muy parecido a la independencia.

Esa sensación de libertad que buscaba desesperadamente cuando escribí el ensayo de aplicación para el intercambio, la experimento todos los días. Sobre todo al empacar solo lo necesario en una mochila y tomar un bus que sale de South Station en Downtown Boston, y cinco horas después poder caminar por las calles de Nueva York.

Estar sola es entretenidísimo. En serio. La soledad me ha empoderado más que cualquier libro de autoayuda, TED Talk o sesión con una sicóloga. Porque nadie podía enseñarme a cocinar si yo no tenía una disposición previa. Y el arroz cada vez me queda mejor.

 
Periodista en formación. Amante de la literatura, la filosofía y el teatro.

Ana María Lopez Jijón

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